Un canto tradicional europeo se volvió parte de uno de los animes más populares de la década
A veces, las historias más futuristas no nacen de máquinas ni sintetizadores, sino de algo mucho más viejo que cualquier tecnología. En ocasiones, la música que suena en una escena aparentemente ultramoderna no responde a la lógica esperada. Y ahí está precisamente la magia: descubrir que lo que parece venir del mañana, en realidad bebe de un pasado remoto que nadie vio venir.
En los años 90, cuando el anime 'Ghost in the Shell' se estrenó como un hito visual y filosófico, su banda sonora tomó un camino completamente inesperado: mientras la protagonista, Motoko Kusanagi, es ensamblada entre cables, fluidos sintéticos y piezas metálicas, la película rehúye los sonidos electrónicos típicos del cyberpunk. En vez de un sintetizador o un beat tecnológico, el espectador se encuentra con un canto ritual que parece brotar de lo más profundo de la humanidad.
El responsable de este giro tan poco obvio fue el compositor japonés Kenji Kawai, que, en su búsqueda del sonido del alma para una máquina, se topó con una tradición milenaria a miles de kilómetros: las voces búlgaras.
Kawai investigaba cómo crear una sensación espiritual que no resultara ni religiosa ni electrónica, algo que encarnara lo humano en su forma más desnuda. Según él, el alma no debía sonar futurista, sino primitiva. Ahí es cuando descubrió a The Mystery of the Bulgarian Voices, un coro femenino nacido de una tradición ancestral, famoso por sus armonías disonantes, sus escalas poco convencionales y una intensidad casi sobrenatural.
Sus interpretaciones, que pueden descubrirse en trabajos como el álbum homónimo del coro búlgaro, tienen algo que resulta a la vez antiguo y alienígena, como si vinieran de un tiempo anterior al tiempo.
Inspirado por ese sonido, Kawai utilizó un canto de boda de la tradición búlgara como base para el tema principal de 'Ghost in the Shell', el emblemático "Utai" o "Making of a Cyborg". Así, mientras el cuerpo cibernético de Motoko toma forma, lo que escuchamos no es la máquina, sino el fantasma que la habita.
El contraste entre la estética visual fría, mecánica y quirúrgica con la calidez coral profundamente humana no es un accidente, sino la declaración estética más importante del filme.
La idea de que algo tan viejo como un canto de boda pueda acompañar al nacimiento de un cuerpo cibernético no solo funciona, sino que potencia el mensaje central de la obra, porque no importa cuánto avance la tecnología: el eco de la tradición siempre encuentra la manera de colarse en el futuro.

